viernes, 21 de septiembre de 2012

Carpe Diem


Todo lo que tenía sentido parece comenzar a no tenerlo. Nos acosan las cifras, las opiniones, los datos, las previsiones. El futuro, eterno engaño que nos insta a seguir perseverando, se tiñe de un negro rotundo, insorteable, letal. Nos está pudiendo el miedo, el vértigo de la duda, y su imperio nos roba el goce presente, esas horas nuestras que, si reparan, son las únicas indiscutidamente reales. 



Porque no estoy dispuesto a dilapidar un instante de los que gané a sangre y fuego, me amparo en la inmortal sabiduría de los clásicos. Fue Horacio, en sus Odas, quien dictó la regla máxima, el consejo fundamental para atemperar el ánimo, desbrozar el grano de la paja y resguardarnos de la locura: carpe diem, quam minimum credula postero, o lo que es aproximadamente lo mismo, "cosecha el día, incierto es el mañana". A cada jornada su afán, como predicara el Maestro, porque lo que tenga que venir aún no ha venido y porque, para cualquiera de nosotros, pudiera ser que jamás venga. 


Ésta es la sensata consigna que quiero transmitirles hoy: revienten el presente, déjense acariciar por la amorosa inconsciencia de sus vientos dulces, no desaprovechen el bálsamo de la pausa, ni permitan que les destrocen el alma presuntas tormentas venideras. Salgan a la calle, rodéense de amigos, no aborten ninguna sonrisa, no renieguen de aventura alguna. El sol que el universo ahora nos regala es desesperadamente nuestro, luce por nosotros, está ahí esperándonos, paciente y benévolo, con puntualidad milenaria. 

Mienten quienes nos susurran peligros todavía irreales. En su necia soberbia, creen dominar un tiempo, siempre huidizo y mudable, al que nunca apresarán. Nosotros, aprendimos que cada segundo es irrepetible, que no cabe otro patrimonio que el de su fugaz y apasionado disfrute. No hay más verdad que la del momento, ni amanecer más seguro que el que despunta. En nombre de la felicidad, no desaprovechen tanta cordura. Amen y déjense amar. Piérdanse por los caminos que les apetezca. Contemplen cada amanecer como un tesoro que, bendita e inmensa fortuna, graciosamente se nos entrega. Diviértanse, abran sus corazones a la alegría, ocúpense de los suyos, saboreen la paz de los ocasos, porque la vida, milagrosa y breve, se va y no vuelve. 

Yo, por mi parte, prometo apurar todas las copas, engalanar primorosamente -la ocasión desde luego lo merece- mi espíritu, cerrarle las puertas a cuantos fantasmas inventan mis pánicos, intentar, que no es poco, ser y existir al ritmo cabal, dejarme envenenar mansamente por el maravilloso filtro de la desmemoria. 

Así, al menos, cuando el futuro se anuncie, si es que para mí se anuncia, no habré añadido otra estupidez, la enésima, a cuantas ya penosamente se acumulan en mi grotesca y desnortada mochila.


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